jueves, 3 de mayo de 2012

¿Es Vargas Llosa un zombi?

Al hilo del último ensayo del transnacional premio Nobel Mario Vargas Llosa, El espectáculo de la Cultura, creo que los medios zombis (básicamente los del grupo PRISA que promocionan y se ocupan del libro) deberían tener en cuenta algunos conceptos de la ética hacker que ayudan a explicar lo que al Nobel le indigna: que el valor de la alta cultura se ha perdido en favor del banal entretenimiento.
Vaya por delante que no he leído aún El espectáculo de la Cultura, pero creo tener, por lo adelantado en los medios y la presentación del autor a la que asistí en Madrid, una idea suficiente para señalar un par de cuestiones que completan y, en cierta forma, contradicen la tesis de Vargas Llosa. 
1. La ausencia de intermediario

La discusión sobre qué es cultura, es un clásico en la discusión intelectual desde el Renacimiento hasta el siglo XX. Vargas Llosa se lamenta sólo por la supuesta muerte de una clase de cultura: la «alta cultura», «cultura con mayúsculas», «cultura escolar» o cualquier otro término con el que queramos llamar al corpus cultural propio de la burguesía, por tanto, propio de la segunda ola y la era industrial caracterizada por la separación entre consumidor y productor, como señalaba Alvin Toffler. En lo que respecta a la cultura, había una élite que seleccionaba lo que era digno de pertenecer al canon según sus ideales (de ahí que el marxismo reivindicara el arte popular como herramienta para acceder a las masas). Es decir, durante unos siglos nos acostumbramos a la presencia de un intermediario que decidía cuál era la cultura digna de ser consumida.
Con la era informacional, o nueva revolución industrial, el papel del intermediario desaparece porque el consumidor y el productor tienen un escenario donde encontrarse, sin necesidad de filtros, formando una comunidad que atiende solo al gusto o las inquietudes que los reconfortan. En consecuencia, la clase que hasta ayer decidía se queda perpleja, pero no solo porque ya no son tenidos en cuenta para decidir qué es arte o cultura, sino porque formas culturales que se tenían que conformar con vivir en las catacumbas ganan espacio y repercusión. Lo que nos lleva al segundo punto.
2.  El prosumidor
Durante la segunda ola, el arte o provenía del artista,  reconocido como tal, o del artesano que salvaguardaba el espíritu popular-nacional. La industria elegía según sus intereses la obra cultural que conviniera, la procesaba y la vendía para el consumo. Así era con el cine, la literatura, la pintura... Es cierto que había también una cultura académica que a veces no coincidía en un primer momento con el gusto general, pero también lo es que era sólo inicialmente y que era vital para filtrar, decidir y estabilizar el canon escolar-nacional. La vía de comunicación era unidireccional y al consumidor solo le quedaba acatar.
La era informacional acaba con la mencionada separación de papeles entre consumidores y productores: los ciudadanos somos prosumidores. También cuando hablamos de cultura: no necesitamos intermediarios, podemos exponer directamente nuestra obra al consumo (véase el ejemplo de este mismo blog). La herramientas de edición y de publicación permiten que cualquiera pueda devolver al procomún su producto cultural: aparece el fenómeno de la autoedición en Amazon y similares, pero también las películas filmadas con pocos medios, la música... El ciudadano cognitario de la era informacional publica, por ejemplo, sus libros sin esperar a ninguna editorial y los somete al juicio de su comunidad, la que le importa.
En cualquier caso, como bien señala el escritor y crítico Gustavo Faverón, el tener un título (premio Nobel en este caso) no exime de la obligación de estudiar un tema antes de hablar de él, de esa manera Vargas Llosa quizá hubiera caído en que es el final de UN mundo, pero no DEL mundo.

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